Normalmente, las personas se sienten muy perturbadas cuando, sin razón lógica, tienen repentinamente mareos, las manos o los pies fríos, las piernas flojas, la boca seca, un ritmo cardíaco rápido o pesado, hormigueo en la piel, dificultad para respirar, o cualquiera de una larga lista de otras sensaciones físicas alarmantes. Estas experiencias se producen típicamente en situaciones cotidianas, como ir a hacer compras, conducir, cruzar puentes, caminar por una calle abarrotada, ir a restaurantes y asistir a presentaciones públicas. El pánico no nos ataca realmente, sino que constituye una reacción defensiva alterada a algo percibido como un ataque grave que amenaza nuestra vida. Los síntomas particulares que sentimos no son de ninguna manera el centro del problema. El interrogante que se nos plantea en realidad, después de una experiencia como ésta, no es por qué temblamos, por qué tenemos los pues fríos, diarrea o el pulso acelerado, sino por qué estamos actuando como si estuviéramos seriamente amenazados, cuando no encontramos ninguna causa de peligro en nuestro entorno inmediato.
Fobias
Una fobia es un miedo irracional ligado a un objeto o situación. La persona que se siente atemorizada y puede encontrar como causantes de dicho miedo una situación y objeto definidos -por lógicos que sean- es en cierto sentido afortunada. La presencia de esta situación o este objeto hace que nuestro miedo resulte incomprensible, le pone un límite, y vincula claramente la experiencia a la sensibilizacion que deriva de un episodio de conmoción emocional en el pasado.
Otros medios destructivos
Cada vez que nos cuesta tomar una decisión simple o reprimimos hacer algo que realmente queremos o necesitamos hacer porque tenemos miedo, nos estamos moviendo en el área de los miedos autodestructivos. En cierto sentido, la persona que, por ejemplo, se siente incapaz de tomar el teléfono para hacer una llamada debido a su angustia está, al menos por un momento, en la trampa de la agorafobia.
Preocupación crónica
Tal y como hemos dicho anteriormente, podemos sensibilizarnos a nuestros propios pensamientos. Los modelos obsesivos de pensamiento pueden derivar de un círculo vicioso de sensibilización, dolor o sensibilización al tratar de evadir pensamientos dolorosos.
Agorafobia
Durante muchas décadas, se definió a la agorafobia como el miedo patológico a los lugares públicos y a los espacios abiertos, dado que los episodios iniciales a menudo aparecen en sitios así. Pero ocurre que quienes sufren de agorafobia no sólo tienen miedo en ciertos lugares públicos y espacios abiertos, sino que a menudo se sienten atemorizados a lugares privados, como casas ajenas, y espacios cerrados, como ascensores. Los sitios y situaciones en los que tienen a sentir miedo son aquellos en los que se consideran atrapados y privados de acceso a un apoyo emocional. Es por ese motivo por lo que generalmente no tienen miedo a lugares familiares, como la casa. De hecho, en los casos extremos, los límites territoriales de la agorafobia pueden volverse tan marcados que quien la padece llega incluso a no poner los pies fuera de su casa, o ni siquiera fuera de una habitación en especial.
En un estudio, John Bowlby, especialista en desarrollo infantil, sugiere que la agorafobia no es una fobia verdadera, en el sentido de que no es exactamente un miedo a algo específico e identificable (como perros, víboras, lugares altos o escaleras mecánicas), sino el miedo a la ausencia o pérdida de una figura efectiva (madre, padre, marido, esposa, hijo... cualquier persona de cual se dependa en lo que respecta a protección emocional). La mayoría de los expertos coinciden en que la agorafobia está al menos ligada al miedo a sitios o situaciones particulares que a la anticipación angustiada de que el miedo que experimentaron inexplicablemente en el pasado volverá a producirse y que pueden (ante la falta de apoyo emocional) perder el control de sí mismos y dañarse, humillarse o quedar expuestos. No resulta fácil enfrentar este tipo de problemas; de hecho, hacerlo resulta penoso y molesto. No obstante, la única forma de lograr controlarlos es informándose y enfrentándolos con honestidad y realismo.
La tendencia de los agorafóbicos a esconder su problema se ve intensificada por profesionales de la salud que no logran captar la tremenda gravedad subjetiva de los ataques de angustia más graves que les cuentan sus pacientes y, entonces, tienden a minimizar o trivializar el problema. En el estilo de vida adoptado por un agorafóbico que enfrenta este problema es donde se ve con claridad la naturaleza y el significado del miedo ilógico.
Si usted tiene agorafobia y su mundo ha ido restringiéndose de todos lados por miedos ilógicos, no olvide el antiguo proverbio chino: "El sufrimiento es un favor divino disfrazado". Quienes se recuperan de la agorafobia no sólo vencen los síntomas; emergen de un proceso de crecimiento y desarrollo personal con más energía, concentración, relajación y goce en sus vidas de los tenidos hasta ese momento. Sienten que han realizado un gran viaje, que han resuelto un gran acertijo y que han alcanzado un nuevo nivel de madurez y sabiduría.
En 1983 y 1984 se hizo una encuesta a 186 personas con síntomas de agorafobia. Les preguntaban hasta qué punto estaban de acuerdo con una serie con una serie de afirmaciones autodescriptivas. La siguiente tabla muestra los resultados para las 12 afirmaciones que alcanzaron un porcentaje más alto.
* Una mejor afirmación para la encuesta habría sido: "A menudo sacrifico mis propios sentimientos para evitar herir los sentimientos de los demás".
La necesidad de quedar bien ante los ojos de otras personas naturalmente trae problemas. Ser una persona educada, considerada o agradable no tiene nada de malo. En cambio, sí está muy mal luchar para ser alguien que no somos. En primer lugar, es imposible. En segundo lugar, el esfuerzo nos hace desdichados. Uno nunca puede ser lo bastante bueno como para satisfacer las inseguridades y las limitaciones de los padres. Siempre estaremos corriendo para ponernos al día. Siempre pensaremos: "Podré sentirme relajado y feliz cuando todo sea perfecto, pero no puedo sentirme relajado y feliz ahora".
Los resultados nos permiten inferir que las personas agorafóbicas provienen de familias donde conviven la intolerancia a la crítica con una sobreprotección angustiosa.
La crisis
Cuando les pidieron a esas personas agorafóbicas que indicaran el tipo de problemas referidos a sus padres que recordaban en la infancia, obtuvimos los resultados que aparecen en las siguientes tablas.
"Mi mujer me dejó. Un excelente amigo se mató en un accidente de coche."
"De repente me vi frente a una serie de responsabilidades para las cuales me sentía preparado, pero no era así."
"Varias veces estuve a punto de morir a causa de alergias a medicamentos. Me asusta lo irrevocable, el dolor físico y el sufrimiento relacionados con la vida y la muerte."
Los recursos del cuerpo se ponen tensos ante hechos como éstos, el nivel de peligro recibido puede bajar cada vez más. La honestidad para con nosotros mismos, la alegría, la relajación y los buenos hábitos de cuidado personal (nutrición óptima y ejercicio) pueden empezar a desaparecer de nuestras vidas. Aunque todo el resto permanezca igual, el agorafóbico tenderá a sentir un estrés psicológico cada vez mayor. Él o ella se sentirán cada vez más amenazados por las acciones de otras personas y por los acontecimientos.
En estas condiciones las personas se vuelven muy propensas a tener un ataque de angustia en cualquier ocasión ya que se ven forzadas por las circunstancias a mirar de frente la situación de su vida y sus sentimientos.
Claire Weeks, una médica que se especializa en el tratamiento de la agorafobia, indica que en los ataques de angustia pueden surgir de la siguiente manera: "En una persona sensibilizada, la conexión entre un pensamiento apenas levemente angustiado y el pánico intenso puede ser tan estrecha que su víctima tal vez no sea consciente del pensamiento y crea que el pánico sobrevino repentinamente".
El miedo que parece injustificado hace tambalear este inestable equilibrio. En primer lugar, la persona trata inmediatamente de volver a su casa, la oficina u otros ambientes familiares y ponerse en contacto con su marido, su mujer, la madre u otra persona familiar significativa, respondiendo así a la vieja convicción de la propia insuficiencia y dependencia. En el segundo lugar, surge el pensamiento: "Si pasó una vez, puede volver a pasar".
Después de una experiencia de este tipo, piensan como una mujer dijo: "Todo mi mundo cambió. Me da miedo vivir."
Una vez que la persona ha experimentado varios de estos episodios de angustia aguda, puede enumerar muchos objetos o situaciones a los que está ligado su miedo. No obstante, se da cuenta de que el miedo es provocado más por su angustia interna que por amenazas reales en el mundo exterior. Es consciente de que en realidad es mayor el miedo a tener miedo y a verse abrumada por su propio miedo en supermercados o en puentes, por ejemplo, que el miedo a los supermercados o a los puentes en sí.


